Libertad con fecha de caducidad
Todo preso, cuando sale por la puerta de la cárcel, hace un juramento. No volver jamás. Casi todos rompen ese juramento…
Al volver, parece que la cárcel te espera desde siempre. Al entrar en la prisión de Nauplia me encontré con muchas caras conocidas de Grevena, Korydallos, traslados, centros de detención. Ahora parecían un decorado natural de la prisión. Conocía sus casos. Habían cumplido sus condenas y habían «pagado» su deuda con la sociedad. Capital e intereses juntos. Nadie les daba un día libre. Me preguntaba por qué seguían dentro.
«Beneficios quebrantados, libertad condicional cortada, viejas decisiones olvidadas…»
El sistema penitenciario está lleno de gente olvidada. Son los residentes permanentes de una prisión con breves descansos.
Los perros de la prensa, detrás de sus trajes y su maquillaje, gruñen pidiendo penas más duras. Echan espuma por la boca, protestan por la duración de las sentencias. «Cadena perpetua significa cadena perpetua», ladran.
Les resulta indiferente que Grecia sea el país con mayor número de cadenas perpetuas por la facilidad con que las dictan los jueces. Son indiferentes a lo absurdo de la cuantía de las condenas, a los 70, 80, 100 años que se cargan sobre un preso que necesitará dos vidas para cumplirlas ¡y que recibirá la libertad condicional después de muerto!
Pero se enorgullecen del respeto hacia los derechos humanos y de la civilización europea. Al menos aquí no tenemos la pena de muerte. Y sin embargo existe…
Puede que no rosticen al preso en la silla eléctrica, pero sus sentencias lo funden con el ácido del tiempo, olvidado en celdas de hormigón. La duradera esperanza del preso tras el calvario de los tribunales es un permiso y la ansiada libertad condicional…
En cada solicitud, una vez cumplidos todos los requisitos que le han exigido, coge su expediente, se pone sus » chucherías » y con una gran dosis de esperanza va al encuentro de sus jueces.
«Rechazado… No hará buen uso del beneficio. Rechazado… El buen comportamiento que muestra en prisión es una farsa».
El preso hizo lo que le dijeron y ahora el oráculo de los jueces profetiza su futuro. Muy a menudo ni siquiera ven al preso en los recursos que presenta. Les basta con sus antecedentes penales, mientras afirman que no juzgan su pasado. Al fin y al cabo, para intentarlo ya ha pagado el precio de su pasado.
Los presos no son santos, pero si la «medicina» es más cárcel, conviene recordar que una sobredosis de drogas envenena al «paciente». Si uno quiere curar el problema haría bien en buscar sus causas. Nadie nace delincuente. La cárcel es el espejo de la sociedad. Cuando el preso ve que los valores del Estado son la corrupción, el fraude, los escándalos, eso es lo que emulará.
Al mismo tiempo, las vagas decisiones judiciales y el endurecimiento de las penas del nuevo código penal llenan al preso de odio y astucia de supervivencia. Socialmente excluido y cargando con el estigma de la cárcel, repetirá su maldad. La conjetura de los jueces del «cambio pretextual» se convertirá en una profecía autocumplida.
Su libertad tiene fecha de caducidad.
Al mismo tiempo, fuera de los muros de la cárcel se extiende la gran prisión invisible… Con el miedo al encarcelamiento real, la sociedad se encierra a sí misma. Sus barrotes son el miedo, el derrotismo, la indiferencia… la creencia de que nada puede cambiar. La gente sigue deambulando en su propio patio, de casa al trabajo y viceversa, engañando a su cautiverio con ilusiones de diversión y marcas de objetos extravagantes. La creciente pobreza, material y espiritual, les hace agachar aún más la cabeza.
Pero para su propia liberación, el consejo judicial tiene al juez más estricto. Ellos mismos. Nosotrxs mismxs debemos elegir cómo vivir. En los términos de un esclavo feliz o en los términos de la libertad esencial y la dignidad…
Que les vaya bien a todxs…
Christos Tsakalos
Prisión de Nauplia
Publicado el 13/3/24 en Indymedia Atenas
Traducido por Informativo Anarquista