Entre febrero y marzo de 2020, en todo el mundo, los jefes de Estado hicieron anuncios con tono solemne y grave con el fin de preparar a sus poblaciones para lo que parecía ser una nueva era: la de la guerra contra el virus. Estamos en guerra, afirmó Macron sin rodeos mientras declaraba el estado de emergencia de salud pública y desplegaba a sus hombres armados para asegurarse de que todos permanecían encerrados en casa. En este momento de miedo y obediencia generalizados, en las calles reinaba un ambiente catastrofista. En Francia, los movimientos de masas que habían marcado el panorama político de los años anteriores desaparecieron repentinamente, atrapados entre las prohibiciones, el autocontrol y el miedo a la enfermedad. Algunos activistas prometían la guerra cuando todo haya terminado, otros llamaban a un sentido de responsabilidad y propusieron en cambio trasladar la lucha al mundo virtual de las pantallas, que se convirtió en el lugar principal de la nueva pseudo-vida social. Otros, o los mismos, se sumieron en una profunda depresión, ahogando sus sentimientos de impotencia en las drogas.
Sin embargo, después de unos días de parálisis, una nueva ola de oposición radical comenzó a tomar forma. Algunas prácticas, que hasta entonces habían sido teorizadas y llevadas a cabo sólo por un puñado de compañerxs anarquistas, comenzaron a proliferar. La organización informal en pequeños grupos de acción y las acciones ofensivas sobre infraestructuras se fueron extendiendo en pleno confinamiento. Estos medios de organización se presentaban aún más relevantes, ya que estaba prohibida cualquier oposición pública: estar donde menos se lo esperan; atacar y desaparecer, moverse con agilidad fuera de los radares y lejos de las pantallas. Aquellos que estaban preparados para ello tenían una ventaja considerable en esta situación. Además, los objetivos elegidos para el sabotaje, en particular las antenas y los cables de fibra óptica, daban una respuesta directa al proceso de reestructuración tecnológica puesto en marcha por los Estados en nombre de la emergencia: despliegue de la red 5G, transferencia de una buena parte de los servicios al mundo virtual, seguimiento médico y elaboración de perfiles de población, limitación y control de los desplazamientos mediante códigos QR, pasaportes y aplicaciones para smartphones.
En unos meses, los sabotajes de las infraestructuras de telecomunicaciones se volvieron casi cotidianos en Francia, pero también en otros países europeos. Y al mismo tiempo se inició un debate en las publicaciones anarquistas y ecologistas radicales, en concreto respecto al sentido y la eficacia de estas acciones. ¿Cómo podemos socavar el control tecnológico? ¿Podemos provocar un vuelco de la situación? ¿A qué escenarios pueden dar paso estos sabotajes? ¿Cómo pensar contemporáneamente en la eficacia, la organización y la ética?
Proponemos cinco textos publicados en el contexto francófono entre mayo 2020 y marzo 2021, que dialogaban entre ellos mientras estas cuestiones eran de una actualidad… candente. No todos los textos son de la misma naturaleza, y contienen perspectivas en algunos casos bastante divergentes, al tiempo que comparten la necesidad de la acción directa destructora contra las infraestructuras de la sociedad tecno-industrial. El primero ¿Hay que destruir las antenas 5G? critica abiertamente la elección de atacar este tipo de infraestructura partiendo de consideraciones estratégicas. No compartimos esta crítica, la cual encontramos extremadamente reduccionista, pero hemos optado por publicarla porque es sintomática de una visión casi técnica de la cuestión de la eficacia. Los otros textos afrontan esta cuestión de forma más compleja. El segundo, publicado en internet de forma anónima, es un llamamiento a «atacar las partes críticas de este sistema» para asestar «golpes realmente dañinos». Los tres siguientes, publicados en periódicos y opúsculos anarquistas, son respuestas sucesivas que afrontan el concepto de eficacia, la tensión entre ética y estrategia, o el sentido del ataque, en general y en este contexto particular.
Tres años después, el confinamiento parece un mal recuerdo lejano. Pero sabemos que después de una experiencia tal a escala global, los Estados podrán volver a usar esta carta cuando lo consideren necesario, para una u otra guerra. Entre otras cosas, estos tres últimos años han traído nuevas crisis que han justificado nuevas aceleraciones en favor de las tecnociencias. En nombre de la guerra en Ucrania, del calentamiento global y de la crisis energética, el Estado francés ha invertido cientos de millones de euros en las industrias nuclear y militar, así como en la renovación de la cadena de suministro del sector industrial hacia la electrificación y la robotización.
Ante esto, han surgido diversos movimientos de oposición, a menudo de tendencia o inspiración ecologista, dentro de los cuales las cuestiones del sentido y la eficacia de las acciones se plantea a veces con enfoques completamente diferentes. En Francia, las iniciativas propuestas por “Soulèvements de la Terre” [Levantamientos de la Tierra], a veces ciudadanistas, otras incisivas, intentan alcanzar el campo político-mediático, esto es, el espectacular. Bajo este enfoque, la acción directa es una táctica sujeta a un doble criterio estratégico de centralización: sumisión a la dirección central del movimiento, a la vez que debe concentrarse en objetivos visiblemente funcionales para entablar una correlación de fuerzas con los estratos superficiales del poder (el gobierno, la opinión pública). También la estrategia se basa en una serie de objetivos a alcanzar: los resultados de la acción están predeterminados, y los objetivos perseguidos son parciales (hacer que el Estado se retire de proyectos concretos y proponer usos más ecológicos de territorios específicos). Pero por otro lado, este movimiento permite pasar a la acción, algo que no se puede dar por descontado con los tiempos que corren.
Al mismo tiempo, sigue tomando forma otra propuesta cuya estrategia consiste en alcanzar el campo de las infraestructuras, es decir, los estratos profundos del poder. La potencia del complejo guerra-investigación-industria no es indestructible, porque se basa en una estructura extendida por el territorio. Comprender, identificar y destruir infraestructuras cruciales, significa también formular de nuevo la posibilidad de un cambio radical. Aunque sea menos espectacular, esta manera de actuar tiene una triple ventaja: es menos comprensible para las fuerzas represivas; permite detener, aunque sea de forma temporal, la máquina tecno-industrial; impide cualquier intento de dirección central, porque es obra de una multitud de pequeños grupos dispersos que actúan con plena autonomía.
Hoy en día, la situación ha evolucionado, pero los problemas planteados por los siguientes textos siguen sin resolverse, tal vez incluso más ahora, y sin respuestas obvias: ¿Cuáles son las relaciones entre la acción directa y los movimientos sociales y ecologistas? ¿Qué estrategias se delinean si se separan o se combinan perspectivas anarquistas, ecologistas y tecno-críticas? Estas estrategias tienen que confrontarse con un elemento decisivo: la guerra en Europa, que orienta e intensifica el poder de los Estados sobre su población.
Mientras el mundo se precipita hacia la artificialización, la devastación y el saqueo, pensamos que la oposición radical debe dotarse de perspectivas, profundizar la propia critica, afilar sus armas. Hemos elegido reunir escritos que bien podrían haber quedado desperdigados pero que, juntos, hacen resurgir cuestiones sin resolver, haciendo visibles distintas corrientes, distintas posiciones entre las fuerzas que llevan a cabo la acción directa. Esperamos que las siguientes reflexiones puedan contribuir a alimentar este debate, también fuera del contexto francés.
Descargar: Blackout: controversia sobre el sentido y la eficacia del sabotaje