(Reino Unido) Kill the Bill

(Enviado al correo informativoanarquista@riseup.net)

La noche del 21 de marzo de 2021 marcaría la vida de muchas personas de un modo inesperado. La historia no es nada nueva: una manifestación contra una ley gubernamental claramente opresiva se intensificó hasta desembocar en ataques contra la policía y la propiedad en el centro de la ciudad, lo que dio lugar a detenciones masivas que continúan hasta hoy. Lo que empezó como un teatro más de la democracia se convirtió en una noche de rebelión que el poder simplemente no puede permitir, con el resultado de lo que se cree que ha sido el mayor uso de cargas antidisturbios contra manifestantes desde la década de 1980. Como un proyecto más de su arquitectura de dominio total, Bristol es testigo del continuo despliegue de los músculos del Estado británico en contra de cualquier disidencia significativa.

 

El Proyecto de Ley sobre Policía, Delincuencia, Condenas y Tribunales

Sin entrar demasiado en los tecnicismos de una legislación que algo ha cambiado desde su concepción inicial, entender cómo el proyecto de ley pretende ampliar aún más el poder del Estado es útil para comprender la diversidad de personas que estaban en la manifestación en cuestión.

 

El proyecto de ley sobre Policía, Delincuencia, Condenas y Tribunales pretende dar más poder y protección a la policía a través de varios medios, siendo la nueva legislación antiprotesta uno de ellos. Se otorgarán nuevos poderes a los altos mandos policiales para declarar ilegal una manifestación o concentración de masas con el fin de evitar desórdenes, daños, perturbaciones, impactos o intimidaciones. Se hace especial hincapié en los niveles de ruido que podrían causar «intimidación o acoso… inquietud, alarma o angustia», y se envuelve un concepto ya vago en un lenguaje más vago que el Secretario de Estado tendría mayores poderes para redefinir. Se hace más hincapié en el ya muy británico delito de orden público de «alteración del orden público», por el que una persona podría recibir hasta un año de prisión por hacer algo, o dejar de hacer algo, que pudiera causar «molestias graves, inconvenientes graves o pérdida grave de amenidad», así como el riesgo de cualquiera de estas cosas. Originalmente, y presumiblemente como resultado directo de la tendencia a derribar estatuas en las protestas contra el racismo de 2020, se propuso una pena de hasta diez años para cualquiera que dañe un monumento conmemorativo, pero esto se ha eliminado del proyecto de ley.

 

Otra sección del proyecto de ley introduce una nueva legislación para atacar los «campamentos no autorizados», que incluye la tipificación como delito de la entrada ilegal. Se trata de una medida claramente dirigida a los nómadas, siendo lógico que las comunidades irlandesa y romaní se lleven la peor parte. La nueva legislación tipificaría como delito el incumplimiento de una orden de abandonar un terreno privado por parte de cualquier persona mayor de dieciocho años con un vehículo, en un país en el que el espacio público está al borde de la extinción. La policía tendría derecho a confiscar bienes relevantes, por ejemplo, sus viviendas, retenerlos hasta tres meses o hasta el final del procedimiento judicial, y/o imponer una multa de hasta 2.500 libras. El racismo institucionalizado contra las comunidades itinerantes específicamente irlandesas y romaníes en el Reino Unido ha estado muy extendido durante siglos, pero el allanamiento de morada, que antes se consideraba un delito civil -entre el viajero y el propietario del terreno-, proporcionaba cierto grado, aunque muy escaso, de protección jurídica.

Los últimos puntos del proyecto de ley que parece más pertinente esbozar aquí son la socialización ampliada de los poderes de encarcelamiento del Estado británico y la colaboración obligatoria por parte de servicios e instituciones públicas como las escuelas y la sanidad. Al exigir una mayor implicación por parte de las autoridades regionales, entidades que antes gozaban de una relativa confidencialidad se verán obligadas a elaborar estrategias con la policía, las prisiones y los servicios de detención de menores en aras, supuestamente, de reducir la violencia. Métodos como este no son nada nuevo y se parecen mucho a la legislación islamófoba «Prevent» de 2015, así como a la base de datos de bandas de la policía metropolitana (Londres). Si se aprueban estos artículos del proyecto de ley, las escuelas e instituciones británicas seguirán transformándose cada vez más en prisiones y, para aquellos que pertenecen a comunidades marginadas, la criminalización de la juventud británica continuará su camino de ida desde la educación a la institución. Los tribunales tendrán potestad para imponer penas más largas a los menores de dieciocho años y muchos presos tendrán que cumplir un periodo más largo de su condena. Todo esto va de la mano con los planes del gobierno de emplear a 20.000 policías más y aumentar la población carcelaria en 18.000 personas mediante la construcción de seis nuevas megacárceles.

 

Paz en la Isla de la Prisión

Una cálida tarde de sábado en una isla tristemente célebre por su clima miserable. En medio de las restricciones de aislamiento impuestas por el Estado, un año después de una supuesta crisis sanitaria que ha tenido a muchos encarcelados en casa, frustrados, sin trabajo y preocupados por sus seres queridos, miles de personas se dirigen al centro de Bristol. Las protestas bajo el lema clásico de «Kill the Bill» (Acabemos con la ley) se estaban celebrando, y se siguen celebrando, en todo el país, a medida que esta nueva legislación continúa con el acto de asfixia que está llevando a cabo el Estado.

 

Pocos días antes se había conocido la noticia de la detención de un agente de la policía metropolitana por la violación y asesinato de Sarah Everard en el sur de Londres. El 13 de marzo se celebraron vigilias en su memoria en todo el país, siendo la de Clapham Common, al sur de Londres, la que tuvo como resultado una dura respuesta policial. Cuatro mujeres fueron detenidas por supuesta infracción de la normativa COVID-19 en un homenaje pacífico a una mujer asesinada por la autoridad. El año anterior había sido testigo de múltiples asaltos policiales agresivos a fiestas libres sin licencia, así como de la aplicación de una multa de £10.000 a los supuestos organizadores, de nuevo todo bajo el pretexto de la salud y la seguridad públicas. Sin embargo, lo más significativo es que 2020 había servido de telón de fondo para algunos de los mayores alzamientos de motivaciones raciales del mundo, originados en respuesta a la muerte a manos de la policía de George Floyd en Minneapolis, con los continuos asesinatos de personas de color protegidos por el Estado y el racismo inculcado socialmente en el primer plano de la mente de muchas personas. En este sentido, Bristol, una ciudad con numerosas comunidades no blancas, fue un foco de atención en el Reino Unido.

 

Y todo ello cómodamente anidado en uno de los Estados más inteligentes del mundo. Como nación con una de las historias imperiales más largas, contemporáneas y de mayor alcance, el Estado británico lleva siglos perfeccionando sus poderes de control social y económico. Tiene la mayor población carcelaria de Europa y uno de los mayores gastos en defensa, dependiendo de cómo se midan ambos. Para ser un territorio tan pequeño, cuenta con numerosos centros industriales de primera magnitud y, ni que decir tiene, con Londres como uno de los centros económicos y políticos más importantes del mundo. Gran Bretaña está considerada en gran medida como el primer país del mundo en industrializarse, un proceso histórico que permitió centrar la inversión en tecnologías científicas y que la sitúa por delante de muchos otros Estados, sobre todo meridionales y no europeos.

 

Su infraestructura de vigilancia digital es enorme, desde la grabación de vídeovigilancia en las calles hasta la recopilación y el análisis masivo de datos por parte del GCHQ (Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno), cuyo alcance fue revelado por Edward Snowden en 2013. El número de cámaras de vídeovigilancia en el Reino Unido ha superado ya la barrera de los cinco millones, y los estudios muestran que Londres es una de las ciudades más vigiladas del mundo1. Ya sea por el número de cámaras por kilómetro cuadrado o por cada 1.000 habitantes, Londres ocupa el segundo y tercer lugar respectivamente, con las ciudades chinas a la cabeza. Como dice el refrán, la sociedad mejor vigilada es aquella en la que no hay policía.

 

Este desarrollo inteligente ha nacido de y ha dado a luz a un Estado que no ha vivido tumultos políticos y sociales tan visibles exteriormente como otros en décadas recientes. No hay residuos de dictadura como los que se sienten en España o Portugal, ni los recuerdos de una importante lucha fascista por el poder como fue ampliamente conocida en el mundo germánico. Gran Bretaña no ha sido forzada a existir sólo para volver a ser despedazada como los Balcanes, ni sigue compitiendo consigo misma para ser definida como nación, al menos no en público. Gran Bretaña es una democracia, pero es esencial que esto no se entienda como algo libertario. La falsa dicotomía entre democracia y fascismo no comprende que ambos no son más que números diferentes en un mismo dado. Es una democracia que a lo largo de su dilatada historia ha apoyado dictaduras, se ha beneficiado del fascismo, se ha impuesto, ha colonizado y ha hecho pedazos a los que no obedecen. No es la democracia que los liberales intentan exigir, una que no existe, pero no por ello deja de ser una democracia.

Bristol

Dentro de este vasto poder encontramos el escenario para la velada en cuestión. Junto con Londres y Liverpool, como uno de los tres principales puertos comerciales de Gran Bretaña a lo largo de los siglos XVII y XVIII, Bristol desempeñó un papel fundamental en el comercio británico de esclavos. Edward Colston, un mercader y en su día un célebre filántropo de Bristol y financiero de varias instituciones de la clase dirigente, es hoy comúnmente conocido por su importante papel en el comercio histórico de la ciudad. Durante las manifestaciones conocidas como Black Lives Matter, en junio de 2020, su estatua en el centro de la ciudad fue derribada por la multitud y arrojada al puerto de Bristol. Se emprendió una amplia y diversa campaña de solidaridad en apoyo de los cuatro acusados de daños criminales por dicho crimen y, para sorpresa de muchos, fueron absueltos por un jurado el 5 de enero2.

 

Como siempre ha ocurrido, el comercio de esclavos de Bristol era una parte integral de sus otras florecientes industrias. El triángulo comercial transatlántico transportaba productos textiles y metálicos desde Bristol a los estados africanos para ser intercambiados por esclavos. Estos esclavos eran llevados a las Indias Occidentales y Norteamérica para ser intercambiados por tabaco, azúcar y ron, que a su vez regresaban a Bristol. Aunque el comercio histórico de esclavos ha terminado oficialmente, es difícil convencerse de que ciertas relaciones históricas no persistan. Hace tan solo unos años, durante el escándalo Windrush3 de 2018 que formaba parte de la política de «entorno hostil» de Theresa May, decenas de miles de residentes británicos, principalmente de países caribeños, fueron amenazados con la deportación (83 siendo realmente deportados), perdieron sus empleos, se les retiró el pasaporte o se les negó el acceso a la atención médica básica.

 

Todas las ciudades evolucionan, está en su naturaleza, pero Bristol ha sido testigo de importantes transformaciones sociales en los últimos años. Mientras la vida en Londres sigue su trayectoria hacia una imposibilidad cada vez mayor, Bristol se ha convertido desde hace un tiempo en la alternativa del sur británico. Parece que las familias jóvenes de la capital siguen llegando a raudales debido a los precios más asequibles de la vivienda y a la manejable geografía de la ciudad. Como consecuencia de esto, y de la popularidad de Bristol en general, los precios de la vivienda han aumentado considerablemente en las últimas décadas, y los políticos hablan de escasez de viviendas. Esto, por supuesto, no es más que una excusa para aumentar el desarrollo urbano. El ayuntamiento sigue invirtiendo sus esfuerzos de la supuesta vivienda social en urbanizaciones periféricas que trasladan a los inquilinos con menos ingresos del ayuntamiento a los suburbios, fomentando así la inversión privada en propiedades céntricas, con los barrios del centro de la ciudad viendo una cantidad cada vez mayor de urbanizaciones deseables y restauración ex-industrial. Alguien de Bristol podría decir que el propio Bristol ha dejado de ser «bristoliano». Aunque esta idea es imposible desde el punto de vista económico, nos da una idea de los cambios sociales que sigue experimentando la ciudad.

 

La creciente presencia en las calles de quienes viven en vehículos («habitantes de furgonetas», como se les conoce comúnmente), que por lo general no proceden de comunidades itinerantes tradicionales, es para algunos una consecuencia muy visible de ello. El Reino Unido tiene una larga y variada historia de comunidades itinerantes, que han sufrido la represión estatal desde que se tiene memoria, pero la forma en que se ve en Bristol es relativamente nueva4. La Ley de Justicia Penal y Orden Público de 1994 supuso un duro golpe para las culturas alternativas dentro del Reino Unido, pero ninguna ley es independiente. La ilegalización por parte de Inglaterra y Gales de la okupación de viviendas destruyó aún más las posibilidades de organización autónoma de cualquier tipo, ya que la ciudad de Bristol, entre otras, intentó limpiar una imagen que había ido decayendo a lo largo de la última parte del siglo XX.

 

Pero, ¿qué ocurrió en realidad?

El 21 de marzo de 2021, a las 14:00 horas, una multitud de entre dos mil y tres mil personas se congregó en College Green, un lugar céntrico de la ciudad situado frente al edificio del Consejo Británico y la catedral. La policía había intentado alegar que, debido a la legislación COVID, la manifestación era ilegal, pero desde entonces se ha demostrado lo contrario. Alrededor de las 14.45 horas, la gente empezó a moverse por el centro de la ciudad, pasando por Broadmead, una zona comercial de las calles principales, y Castle Park, un parque del centro de la ciudad a orillas del río. Las banderas y pancartas izquierdistas habituales, a menudo ridículas, estaban expuestas («No más poderes policiales», «Es un privilegio que la policía te proteja» y la favorita personal del autor, «Iros a tomar por culo, cabrones de mierda») mientras la manifestación avanzaba de forma previsible.

 

Entre las 15 y las 16 hs, algunos manifestantes abandonaron la manifestación y organizaron una sentada frente a la estación de policía de New Bridewell, en Rupert Street. Alrededor de las 16.30 hs, la policía respondió cargando contra este acto de desobediencia civil con porras y gas pimienta. A medida que la tarde se convertía en noche, las tensiones aumentaban gradualmente. La gente había estado lanzando piedras, botellas y botes a la policía, y a las 18:30 se lanzaron fuegos artificiales desde el interior de la multitud. Se desplegaron más agentes antidisturbios y una unidad canina táctica. Aprovechando la llegada de la oscuridad, los individuos empezaron a hacer pintadas en los extremos de dicha comisaría, así como en los vehículos policiales de la zona. La policía utilizó con regularidad golpes con escudo conocidos como «blading» en un intento de sofocar la disidencia, pero en última instancia no pudo hacer mucho más que vigilar el desarrollo de la jornada.

 

La tarde se convirtió en noche y los ataques se intensificaron. Se rompieron ventanas de la planta baja de la comisaría y se sacudieron e incendiaron vehículos policiales. La policía respondió acordonando las calles y negando el acceso a otros miembros del público. La violencia continuó hasta altas horas de la madrugada, con agresiones regulares y difusas contra la policía, así como con el incendio de más vehículos. Finalmente llegaron refuerzos y lo que quedaba de la manifestación se convirtió en una inevitable persecución de gato y ratón.

 

El liberalmente célebre alcalde de Bristol, Marvin Reeves, afirmó que se trataba de un «día vergonzoso» para Bristol, y Andy Marsh, jefe de la policía de Avon y Somerset, dijo que una protesta pacífica había sido secuestrada por «extremistas violentos y delincuentes». Sabemos que ambos comentarios son falsos. Lo que ocurrió el 21 de marzo de 2021 no sólo fue significativo, bello y de alguna manera culturalmente apropiado, sino que la gran cantidad de detenciones y encarcelamientos han demostrado que la gran mayoría de los que la policía ha acusado de crímenes son locales de Bristol. Pero local o no, culpable o inocente, no sólo es irrelevante para lo que realmente está en juego, sino que tal lenguaje no hace más que jugar en la lógica del poder del Estado.

 

Represión

Como era de esperar, tras la manifestación las redadas policiales masivas se convirtieron inmediatamente en la norma. Cuántas exactamente es imposible saber, pero lo que ha saltado a la palestra es la utilización por parte de la policía de los llamados métodos «antiterroristas» para detener a personas en sus domicilios. Vestidos como empleados de correos o similares, los policías han entrado en las casas de personas de tan sólo dieciséis años, con pistolas Taser en ristre, en su desesperación por encontrar chivos expiatorios. Sobra decir que tales tácticas no harán sino sentar precedentes.

 

Hasta el momento, veintiún personas han sido encarceladas por un total de más de sesenta años por los sucesos del 21 de marzo, y dieciséis siguen recluidas. Muchas más están aún a la espera de juicio, pero las huelgas nacionales de abogados por los salarios y la financiación gubernamental de la asistencia jurídica han retrasado muchos juicios que se habrían celebrado el año pasado. Como ocurre con todos los procesos legales, judiciales o de otro tipo, la forma en que se han alargado los juicios de los presos de Kill the Bill demuestra la instrumentalización del tiempo por parte de la Fiscalía de la Corona, despojando a las personas de cualquier resto de autonomía que pudieran haber tenido.

 

En un principio, todos los procesados, salvo uno, fueron manipulados por la policía para que se declararan culpables, ya que este tipo de veredictos son una forma de reducir costes y mejorar el índice de condenas. Entre los cargos que se les imputan figuran disturbios -el delito de orden público menos frecuente y más grave del Reino Unido, que requiere el visto bueno del director de la fiscalía- por patear escudos policiales, arrojar objetos a la policía y golpear furgones policiales. Una mujer fue encarcelada nueve meses por mear a los pies de un policía. Una de las acusadas fue absuelta de disturbios después de que unas imágenes mostraran cómo era golpeada varias veces por la policía y atacada por un perro policía. Sin embargo, continuó siendo imputada y encarcelada por incendio provocado, delito constituido por el empuje de un contenedor de basura hacia un vehículo en llamas.

 

Quizá el caso más doloroso de esta brutal represión sea el de Ryan Roberts. Ryan no sólo fue el primero en ser llevado a juicio debido a que la policía creía en la solidez de su caso, sino que también fue el único acusado inicial que se declaró inocente. El 17 de diciembre de 2021, Ryan fue condenado a 14 años de prisión por disturbios, tentativa de incendio intencionado con atentado contra la vida, tentativa de incendio intencionado por imprudencia temeraria y dos delitos de incendio intencionado por imprudencia temeraria. Como cada condena conlleva una pena distinta, tres de las cuales se ejecutarán de forma consecutiva en lugar de simultánea, se espera que Ryan cumpla algo menos de diez años por enfrentarse a los defensores de la brutalidad del Estado. Los medios de comunicación han dicho muchas cosas sobre Ryan y su vida, ahogándonos en historias que no hacen más que victimizar a los policías que afirman que la manifestación fue «el incidente más aterrador de sus carreras». Sea quien sea Ryan y haga lo que haga, lo que importa es que ha sido utilizado como carne de cañón en la agresiva aplicación de leyes que refuerzan el cerco del Estado británico sobre cualquier atisbo de disidencia.

 

Desde el bombardeo inicial de fuertes imputaciones y posteriores encarcelamientos, algunos acusados han sido absueltos de todos los cargos y han aumentado los cargos que se impugnan ante el tribunal y que dan lugar a un jurado en desacuerdo. Estos resultados han llevado a la Fiscalía de la Corona a rebajar la mayoría de los cargos a desórdenes violentos o reyertas. Si bien esto puede demostrar que, al menos desde una perspectiva legalista, los cargos originales por disturbios eran más que ridículos, no cambia el hecho de que muchas personas llevan años encerradas en prisión, y se prevé que muchas más seguirán haciéndolo, independientemente de los cargos que se les imputen.

 

Lista y direcciones de los presos de Kill the Bill

La siguiente información está lo más actualizada posible al momento de escribir este artículo. Para comprobar si hay nuevas direcciones debido a nuevos encarcelamientos o actualizaciones de las actuales debido a la afición de Su Majestad por «fantasmear» a los presos, consulte el sitio web del ABC de Bristol: https://bristolabc.org/prisoners/.

 

Si escribe, recuerde incluir el número del preso, el que figura abajo junto a su nombre, y ponga siempre un nombre y una dirección para usted en el reverso del sobre.

 

Ryan Roberts A5155EM
HMP Swaleside, Brabazon Rd, Eastchurch, Isle of Sheppey ME12 4AX
14 años

 

Indigo Bond, A8908EX
HMP Eastwood Park, Falfield, Wotton-under-edge, Gloucestershire GL12 8DB
20 meses

 

Charlie Milton A8549EX
HMP Bristol, Horfield, 19 Cambridge Road, Bristol. BS7 8PS
26 meses

 

Jesse Geaney A6509EX
HMP Bristol, Horfield, 19 Cambridge Road, Bristol. BS7 8PS
En prisión preventiva

 

Matthew O’Neill A1596CT
HMP Guys Marsh, Shaftesbury, Dorset, SP7 0AH
5 años

 

Ben Rankin A1261AY
HMP Portland, 104 the Grove, Easton, Portland, Dorset, DT5 1DL
5 años

 

Ryan Dwyer A4276AT
HMP Standford Hill, Church Road, Eastchurch, Sheerness ME12 4AA
4 años 6 meses

 

Brandon Lloyd A0806EE
HMP Portland, 104 the Grove, Easton, Portland, Dorset, DT5 1DL
3 años 11 meses

 

Callum Middleton A1817ET
HMP Prescoed, Coed-y-Paen, Pontypool, Monmouthshire, NP4 0TB
3 años 9 meses

 

Kane Adamson A1103ER
HMP Guys Marsh, Shaftesbury, Dorset, SP7 OAH
3 años 6 meses

 

Joseph Foster A1421CD
HMP Portland, 104 the Grove, Easton, Portland, Dorset, DT5 1DL
3 años 3 meses

 

Charly May Pitman A8737EV
HMP Downview, Sutton Lane, Sutton, Surrey, SM2 5PD
3 años

 

Callum Davies A4634EV
HMP Prescoed, Coed-y-Paen, Pontypool, Monmouthshire, NP4 0TB
2.5 años

 

Christopher Hind A9543EW
HMP Channings Wood, Denbury, Newton Abbot, TG12 6DW
21 meses

 

Tyler Overall A9546EW
HMP Channings Wood, Denbury, Newton Abbot, TG12 6DW
21 meses

 

Gopal Clark A2845EX
HMP Portland, 104 the Grove, Easton, Portland, Dorset, DT5 1DL
18 meses

 

Historias de rebelión

 

A pesar de su reputación de protocolario e indirecto, el Reino Unido no es ajeno a la agitación social. En agosto de 2011 asistimos a los levantamientos a escala nacional en respuesta al asesinato policial de Mark Duggen en Tottenham, Londres. Principalmente en la capital, pero extendiéndose a otros pueblos y ciudades importantes de todo el país, los incendios y los saqueos se convirtieron en algo normal mientras miles de personas expresaban su rabia contra esta sociedad opresiva. Demostrando el actual cambio de tono represivo, en la represión masiva que siguió, un proceso en el que se dictaron sentencias por actos tan nimios como aceptar un objeto saqueado como regalo, nadie recibió un periodo de privación de libertad similar al que ya se ha dictado en respuesta a las manifestaciones de Kill the Bill.

 

Yendo un poco más atrás, pero muy poco, en abril de ese mismo año Bristol había sido testigo de algunas noches de disturbios después de que la policía desalojara una casa ocupada en la zona alternativa de Stokes Croft. Los enfrentamientos con la policía, que se produjeron en el contexto de una campaña local para impedir que Tesco, uno de los gigantes británicos de los supermercados, abriera una nueva sucursal en una zona sin corrientes independientes, fueron acompañados de barricadas en llamas y sabotajes.

Stokes Croft linda directamente con St. Pauls, una zona de Bristol conocida por ciertos momentos tumultuosos de su historia. St. Pauls es una zona de la ciudad con una gran comunidad no blanca, en particular de ascendencia caribeña, situada justo a la entrada del centro de Bristol. Una comunidad abandonada y descuartizada por el ayuntamiento, cuyos residentes se vieron -y siguen viéndose- forzados a vivir en viviendas a menudo precarias y sometidos al acoso y la brutalidad de la policía. Cuando en abril de 1980 la policía hizo una redada en un lugar de reunión de la comunidad, The Black and White Cafe, en Grosvenor Road, una calle que sigue conociéndose como «Frontline» por su activa presencia de bandas, la situación estalló. Con 130 detenciones y 25 hospitalizaciones, un jefe de policía comentó célebremente: «Seguramente deberíamos estar avanzando, no retrocediendo».

 

Lo que a menudo no se menciona, sin embargo, es que los disturbios se extendieron colina arriba hasta Southmead, un barrio municipal de clase trabajadora predominantemente blanca. Cuando se difundieron las noticias de los disturbios en St. Pauls, los residentes del barrio, a menudo considerados ciudadanos de segunda clase y desprovistos de toda oportunidad, aguzaron el oído. Los habitantes de St. Pauls sirvieron de inspiración y, la noche siguiente, una patrulla de policía que pasaba por Southmead fue atacada con ladrillos y botellas. Dos noches de ataques a la policía y a la propiedad demostraron cómo unos días tan fácilmente categorizados como de disturbios raciales fueron, de hecho, mucho más que eso.

 

A partir de aquí parece que se marcaron algunas pautas. En abril y julio de 1981 estallaron Brixton (sur de Londres) y Toxteth (Liverpool), respectivamente. En ambos casos, el origen se atribuye a la creciente tensión racial entre las respectivas comunidades negras de la zona y un cuerpo de policía mayoritariamente blanco, con actos de la habitual violencia racista por parte de la policía que desataron la furia de las comunidades. Con más de cien vehículos quemados y 150 edificios dañados, el 11 de abril, el mayor día de disturbios en Brixton, se conoció como «Sábado sangriento».

 

En Toxteth, a lo largo de nueve días a partir del 3 de julio de ese mismo año, se lanzaron cócteles molotov y adoquines en batallas campales entre jóvenes y la policía. Los alborotadores también utilizaron postes de andamios para atacar las líneas policiales. Predominaron los incendios y el sabotaje generalizado, y la policía respondió con dureza, llegando a utilizar granadas de gas CS por primera vez en el Reino Unido fuera de Irlanda del Norte. Los disturbios estallaron de nuevo el 27 de julio, pero la policía consiguió sofocarlos más rápidamente conduciendo furgonetas y Land Rovers a toda velocidad entre la multitud. Como era de esperar, esto hizo que se dispersaran rápidamente.

 

Los sucesos de 1981 han sido denominados los Disturbios de Inglaterra, con erupciones en otras ciudades importantes como Birmingham, Manchester y Leeds, así como en ciudades más pequeñas. Esto dio lugar al Informe Scarman, cuyo objetivo era evaluar las causas de un año tan tumultuoso y que sin duda habrá tenido una gran importancia educativa para el Estado en cuanto a cómo se puede mejorar el control en el futuro.

 

La huelga de mineros de 1984-85 es un conocido periodo de turbulencia social, que se desarrolló de forma más activa en el norte de Inglaterra. Se diferencia de otros periodos mencionados aquí en que es conocida por ser una acción industrial organizada, notoriamente aplastada por el gobierno de Thatcher, con un efecto permanente en las relaciones sindicales en el Reino Unido, por lo que no es de extrañar que se produjeran numerosos enfrentamientos de todo calibre entre los piquetes y las autoridades.

 

Por último, pero no por ello menos importante, habida cuenta de algunos párrafos del Proyecto de Ley sobre Policía, Delincuencia, Sentencias y Tribunales, es importante mencionar los acontecimientos de junio de 1985. Cuando un convoy de varios centenares de viajeros se dirigía a Stonehenge, Wiltshire, fue detenido por la policía. Stonehenge, un monumento prehistórico, había sido el lugar de celebración de un festival gratuito en el solsticio de verano durante diez años. La policía actuó en cumplimiento de una orden judicial para impedir la celebración del festival, empleando a 1.300 policías contra 600 viajeros. A pesar de las previsibles afirmaciones en sentido contrario, cuando algunos viajeros intentaron pasar a un campo adyacente, la policía se lanzó a la carga, atacando con porras a todo aquel que podía alcanzar, incluida una mujer embarazada y personas con bebés en brazos. Cuando algunos viajeros intentaron escapar en coche, la policía les arrojó todo lo que tenía a mano, incluidos matafuegos. Los acontecimientos del día no sólo ponen de relieve uno de los ataques más brutales contra la contracultura en la historia británica, sino también la mayor detención masiva de civiles desde la Segunda Guerra Mundial.

 

Puede que no cuente con una historia revolucionaria reciente particularmente coherente pero, como podemos ver, los estallidos de ira violenta se suceden en los últimos cincuenta años en Gran Bretaña con relativa coherencia y rabia. Sin embargo, centrarse únicamente en las tensiones dramáticas mediáticas no nos ayuda a comprender el paisaje social en el que nos encontramos. St Pauls y Southmead, Brixton, Toxteth, Broadwater Farm (norte de Londres) y los sucesos de agosto de 2011 en todo el país nos demuestran la continua relevancia de las tensiones sociales que estallan en los centros históricamente industriales de Gran Bretaña. Se causaron estragos totales y la prensa liberal a menudo los achacó a la desigualdad racial. Aunque no cabe duda de que esto habrá sido potente combustible para el fuego, simplificar procesos tan complejos en un lenguaje fácilmente comercializable es una práctica tan pobre como poner ideología en boca de una vida asfixiada por la política.

 

Estas ciudades en tanto que centros industriales están desapareciendo, si es que no han desaparecido ya. Los pobres y las clases trabajadoras son empujados cada vez más a los márgenes de la expansión urbana, donde todas las comodidades están listas y esperando. La mano de obra industrial se rompe, a menudo desmantelada por las mismas entidades que dicen proteger sus mejores intereses. Post-corona, estamos entrando en un estado de aislamiento cada vez mayor que experimenta la vida a través del nexo digital. Como resultado, los momentos de rebelión están cambiando y seguirán cambiando. Cómo esto sucederá es algo que sólo podemos proyectar.

 

Aquí estamos

 

El objetivo de estas páginas ha sido intentar informar y contextualizar un proceso de represión en curso en el Reino Unido. Los hechos en cuestión no tienen su origen en una manifestación del 21 de marzo, ni siquiera en el Proyecto de Ley sobre Policía, Delincuencia, Condenas y Tribunales. Sea cual sea la historia, no se trata de una cuestión de causa y efecto. Como en todos los Estados, la represión en la isla arrastra una historia tan larga como el propio Estado. El camino que recorremos es el de una dominación y un poder capitalista cada vez mayores. Desde los cercamientos históricos de las tierras comunales a la reforma religiosa, del poder marítimo imperial y el comercio a la industrialización, la guerra interminable, el violento aplastamiento del sindicalismo por Thatcher, la Ley de Justicia Penal, la policía asesina; la lista es interminable porque no hay lista. Para Acabar con la Ley tenemos que destruir el Estado y el capital.

 

Con rabia y tristeza sabemos que la historia no ha terminado. Aunque se prevén nuevos encarcelamientos en los próximos meses, que probablemente se prolonguen durante años, en algún momento todo esto quedará en el olvido. A esta altura se podría optar por cerrar el capítulo, ya que si uno elige caminar con la justicia como su pancarta sólo hay espacio para las numerosas quejas contra ella. La justicia es imposible en una sociedad capitalista. La libertad es imposible dentro de un Estado. Para aquellos que en Bristol eligieron enfrentarse a la policía por cualquier razón que entendieran que lo hacían, la justicia de la porra y la libertad de los barrotes de la prisión han quedado perfectamente claras.

 

En un futuro no muy lejano, la aprobación de esta legislación draconiana no será más que otra fibra en el tejido jurídico británico. Se redactarán nuevas leyes y se plantearán nuevas objeciones, pero los cánticos y los eslóganes seguirán siendo los mismos. Las generaciones venideras entenderán la sociedad a través de cualquier lente que se les conceda y las posibilidades de actuar sobre su destrucción también habrán cambiado. Al apoyar al creciente número de individuos encarcelados por Kill the Bill es esencial comprender que se trata sólo de un pequeño paso en un avance constante hacia el poder. La solidaridad debe permanecer sólida y, como tal, al continuar nuestros proyectos hacia una revolución social contra toda autoridad, recordamos a aquellos compañeros que, al menos durante un tiempo, no pueden estar con nosotros.

 

N

 

1- Comparitech, 2021.

2- Curiosamente, uno de los puntos del proyecto de Ley sobre Policía, Delincuencia, Sentencias y Tribunales pretende imponer penas de hasta diez años por daños a monumentos públicos.

3- Debe su nombre al Empire Windrush, uno de los primeros barcos que trajo emigrantes antillanos al Reino Unido en

1948.

4- Una vez más, el proyecto de Ley sobre Policía, Delincuencia, Condenas y Tribunales también aumenta los poderes del Estado para limitar las actividades de quienes viven en vehículos.