extraído desde La Nemesi y traducido por nosotrxs
Anna Beniamino: contribución desde la prisión de Rebibbia previo a la asamblea nacional del 11 de octubre en Roma, en solidaridad con Alfredo Cospito, contra el 41 bis.
Notas dispersas de Anna como contribución a la asamblea de Roma del 11 de octubre contra el 41bis a Alfredo
No faltan los análisis sobre el giro autoritario en marcha, un giro efectivo aunque en estos confines se perciba como un fenómeno de baja intensidad, en el cinismo de los poderosos y en la indiferencia de los súbditos, sedados por el panem et circenses (ndt: pan y circo) de la era digital.
El «caso Cospito» ha sido y sigue siendo un aspecto de este giro: Alfredo permaneció como rehén, en 41bis, como advertencia de este endurecimiento represivo, pero no es un caso límite, una distorsión del sistema. Es más bien la señal tangible del descenso del umbral de punibilidad de la oposición política y social y de la consolidación de las estrategias de represión preventiva, desde la tabula rasa (ndt: ausencia total de algo) sobre los componentes activos hasta la aniquilación tout court (ndt: a secas) de la palabra, del silenciamiento del pensamiento crítico.
Las análisis sobre el contexto represivo y sobre la centralidad que se debe dar o no al discurso (41bis – Alfredo en 41bis – represión antianarquista – represión tout court) no son, en mi opinión, uniformes, pero es de esperar que coincidan en la necesidad de oponerse a él, una necesidad no negociable y que no debe malinterpretarse como un simple destello de indignación por una distorsión jurídica.
«Necesidad» en el sentido de que hay que mantener la convicción, como expresión de vitalidad y capacidad de proyección, de que la lucha es una dimensión existencial, no una cita ritual sobre temas micro o macro. Ya se trate de temas específicos y circunscritos, como la campaña de solidaridad con un compañero concreto o una realidad sometida a represión, o de cuestiones macro como el estado de guerra generalizada en curso, el genocidio de un pueblo, la reestructuración tecnológica de las formas de explotación del hombre sobre el hombre y sobre la naturaleza, hay que ser conscientes, ante todo, de que no se trata de una adhesión exterior, superficial, sino de una razón íntima de lucha.
Hecha esta «ligera» introducción…
Aunque en suelo italiano el giro autoritario está liderado por un puñado de actores secundarios manipulados por los intereses del capitalismo global, como los actuales titulares de los cargos gubernamentales, es un hecho que estos están logrando llevar a cabo una labor concertada para reducir el margen de maniobra de la protesta, endurecimiento carcelario y legislativo en nombre de la seguridad y del fantasma de la estabilidad democrática de las instituciones. Por supuesto, esto no es solo fruto de los nuevos actores del teatro parlamentario, ya estaba muy presente en los años ochenta del siglo pasado, con las estrategias represivas iniciadas contra el sector revolucionario, de las que se ha tomado mucho en forma de retórica y propaganda, más indigesta que cualquier plato recalentado (si antes los «malos maestros» eran Toni Negri, ahora son los matemáticos como, atención, no Theodore Kaczynski, sino… Piergiorgio Odifreddi, por poner un pequeño ejemplo de estos días). Y quienes no estén obtusamente sedados por la narrativa institucional, de cualquier bando, deberían captar el sentido de ciertas continuidades, cuya única funcionalidad es la de someterse al dominio, al capital.
No debe ser casualidad que, en este diluvio de propaganda y retórica de los programas de debate televisivos, sigan estando presentes los caballos de batalla de cualquier régimen: además de la criminalización de las manifestaciones, de la prensa anarquista, de los sindicalistas de base… incluso de los ecologistas pacifistas, una búsqueda obsesiva del enemigo, del opositor político, del terrorista al que hay que aniquilar.
Si luego falta material listo para usar, dado que vivimos tiempos relativamente pacíficos desde el punto de vista de la oposición social, además del nuevo o muy nuevo (con la criminalización de los inmigrantes no homologables, los jóvenes teclistas convertidos en peligrosos islamistas), se desempolva o se mantiene al calor el viejo o muy viejo, buscado por países y continentes enteros o emparedado vivo desde hace medio siglo. Como contrapunto a la inconstancia de las iniciativas de lucha y solidaridad, está la constancia y la inevitabilidad del moloch estatal. Es bastante significativo que la larga memoria represiva se vea contrarrestada por una amnesia revolucionaria (por retomar la definición de algunos compañeros en referencia al movimiento alemán que se enfrenta a un retroceso represivo culminado con la detención de Daniela Klette) de todo lo que ha sido un patrimonio de luchas y pensamiento crítico.
Las amnesias no son casuales, sino que forman parte de una estrategia de tabula rasa sobre el enemigo vencido. «Carthago delenda est» y echamos sal sobre sus ruinas. Los tiranos actuales prefieren los resorts de lujo construidos sobre harina de huesos humanos y la inteligencia artificial que forma a jóvenes palestinos felices de trabajar como camareros u odaliscas, pero es un modelo que se aplica a nivel micro y macroscópico. Precisamente la sensación de tabula rasa lleva a tener que reconstruir desde cero cada vez y en cada lugar, debatiéndose en burbujas comunicativas cada vez más restringidas y claustrofóbicas, ilusorias zonas de confort entre personas afines que comentan y critican los movimientos de los demás como espectadores al borde del ring… más que sentirse parte de un movimiento en lucha.
Y aquí llegamos a otro punto delicado, el «movimiento» que, por definición, debería ser algo rebosante de energía, debates y proyectos, pero que en muchos casos resulta ser uno de esos términos que se utilizan casi con vergüenza o se declinan en plural, como para dar uniformidad a experiencias individuales distantes en espacio, tiempo y las intenciones, «los movimientos».
Sin embargo, es un hecho que existen formas de acción y resistencia, compañeras y compañeros que se entregan generosamente, a veces con notable inventiva y eficacia.
Es un hecho que, al centrar la atención en el ámbito antiautoritario, se ha producido un despertar analítico, una liberación progresiva de algunas ataduras y trabas de victimismo e indiferencia que durante demasiados años han entorpecido el discurso anarquista, volviendo a valorar la esencia más pura del anarquismo revolucionario y sus herramientas.
Pero, por un lado, hay que prestar atención al hecho de que se corre el riesgo de quedarse estancado en una discusión sobre la necesidad de actuar casi en términos filosóficos, perdiendo el pulso de la situación y la capacidad de comunicarse en contextos que no sean solo restringidos.
Al nudo de las afasias del movimiento (y de los monólogos y protagonistas/protagonismos que son su contrapartida, si no hay entrenamiento para el encuentro y la discusión) se superpone el problema de la comunicación más amplia, el problema de entender qué referentes se quieren tener y cuáles son los discursos posibles. La elasticidad de entender cuáles son los tiempos y los lugares sensatos.
En el caso de la movilización pasada, uno de los problemas fue precisamente la incapacidad de «aprovechar» a largo plazo lo que fue un momento de visibilidad obtenido gracias a una combinación inédita de factores (que, en opinión de quien escribe, fue un valor en sí mismo: la combinación de prácticas sin degradar el discurso de fondo y en torno a un compañero refractario que, a pesar de los intentos de los medios de comunicación, no fue anulado de forma espectacular). La movilización no dio los frutos que podría haber dado en términos de aumentar la conciencia crítica de quienes se habían acercado (o reacercado), pero se mantuvo viva y limpia. Sin victimismos y sin juegos con los partiditos de la izquierda parlamentaria, sin mendigar visibilidad, sino tomándosela. Ahora, tres años después, nos encontramos con una cuestión aún abierta a nivel represivo (tanto para Alfredo como para los compañeros y compañeras involucrados en la movilización) y la primera pregunta, la más simplista pero la más clara, es: ¿sigue valiendo la pena?
¿Se cree que la gravedad del giro autoritario en curso y la necesidad de oponerse a él (no solo «Alfredo-41», sino el mundo en el que nos toca vivir y soportar) son más o menos importantes que las pequeñas áreas de confort o contraculturales que se crean?
Temer hoy que un punto de encuentro sea un lavadero político es indicativo de que ya no estamos acostumbrados a discutir cara a cara, demasiado habituados a delegar en el teclado (mucho) y en los periódicos (cada vez menos). No es que la web y los periódicos no sirvan, pero deberían ser un punto de partida, no de llegada. De lo contrario, se discute y se pelea con fantasmas, con la imagen que tenemos del interlocutor, no con el interlocutor.
Es bastante surrealista que se luche contra la censura impuesta a Alfredo con la cárcel y perfeccionada con el 41bis y no se aproveche la oportunidad de romper efectivamente las afasias y las mordazas autoimpuestas. Si realmente se aspira a romper las burbujas comunicativas y sectarias, en algún lugar, en la realidad, hay que empezar a reestructurar las filas. Primero hay que conocer a los compañeros (y a los enemigos) para luego reconocerlos como tales, las afinidades no nacen en abstracto.
Si no se es capaz de gestionar el debate y defender las propias razones en ámbitos restringidos, ¿cómo y con quién hacerlo? Por un lado, siendo conscientes de que la sobreexposición y el rápido desplazamiento son la táctica de los medios de comunicación y de quienes los controlan, en la que a veces se prefiere la sobreexposición conectada a un sustancial vaciamiento de sentido a la censura tout court. Por otro lado, en la conciencia y el orgullo de saber romper la narrativa impuesta.
Aunque es cierto que ahora falta el imán atractivo del anarquista moribundo en huelga de hambre que desafía con su obstinada supervivencia a los poderosos… también es cierto que, en este momento, parte del discurso ya está sobre la mesa, se ha roto el muro de silencio sobre el 41bis, el concepto de las cárceles italianas como lugar donde los suicidios y la violencia están a la orden del día también ha salido a la luz, la evidencia de una narrativa mendaz es evidente.
Una discusión que quedó pendiente puede retomarse y las razones para hacerlo siguen estando sobre la mesa: nunca antes ha habido una oposición plástica y la abismal oposición entre las razones de la revuelta y las de un gobierno de jerarcas de opereta, siervos de todos los amos, traficantes de armas y votos, mentirosos y cobardes… en los últimos años, las anécdotas al respecto se han multiplicado desmesuradamente. No se necesitan macroanálisis geopolíticos ni disertaciones sobre las estrategias del capitalismo posmoderno, cualquier persona que camine por la calle con los ojos abiertos al mundo y un mínimo de sentido crítico debería ser capaz de evaluar de qué lado está la integridad y de qué lado (parafraseando algo muy antiguo) la barbarie. Las razones están todas sobre la mesa, solo hay que entender cómo…