La guerra en curso en Ucrania no es un conflicto entre muchos, y menos aún una simple “guerra por los recursos”, sino un capítulo central de un enfrentamiento más amplio entre bloques de países capitalistas por el reparto del mundo, en el que están en juego la supremacía económica, militar y tecnológica y la redefinición de los equilibrios internacionales. De hecho, mientras se combate en Ucrania desde hace más de un año y medio, el choque militar con el principal adversario del capitalismo occidental, China, se perfila en el trasfondo. Decir que estamos en el plano inclinado que puede conducir a la Tercera Guerra Mundial no nos parece ni una exageración ni un alarmismo innecesario.
Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, se está librando una guerra simétrica en Europa, con grave riesgo de escalada nuclear. Es también la primera guerra directa entre Rusia y la OTAN de la historia, en la que participan las principales potencias nucleares del planeta (Federación Rusa, Estados Unidos, Reino Unido, Francia).
La guerra siempre ha sido un instrumento de reestructuración económica para el capitalismo en crisis. Acompañada aún hoy de esas políticas de intervencionismo estatal tan queridas por la izquierda que ya han sido pródromos de conflictos mundiales, la guerra es la forma más radical de opresión ejercida por los Estados y los capitalistas contra los explotados. Por estas razones consideramos que el conflicto actual es un ataque contra todos los proletarios.
Iniciada en 2014 con el ataque contra las poblaciones rusoparlantes de Ucrania, esta guerra se inscribe en el marco estratégico de la expansión de la OTAN hacia Europa del Este. Esta expansión ha entrado en el “patio trasero” (y, en términos económicos, en el espacio comercial) de una potencia militarista y autoritaria que, como demuestra, entre otros ejemplos, la feroz represión de la revuelta de Kazajstán en enero de 2022, no está dispuesta a tolerar ningún desorden dentro de su esfera de influencia.
Los resultados más dramáticos los pagan directamente la población ucraniana y los jóvenes rusos alistados en la guerra, pero otras poblaciones los sufren indirectamente. Las de África sufren el encarecimiento de los cereales y la escalada de los conflictos regionales, mientras que los explotados de Occidente son testigos de la creciente militarización y el empeoramiento de las condiciones de vida y de trabajo.
Desde 2014, se han aplicado en Ucrania una serie de feroces reformas antirrusas y antipopulares, que se intensificaron tras la invasión rusa del 24 de febrero de 2022: la abolición del ruso como segunda lengua en zonas del sureste de Ucrania; la prohibición de participar en las elecciones a las listas consideradas prorrusas; la represión religiosa de los fieles ortodoxos rusos; las leyes de “descomunistización”, con penas de hasta 10 años de cárcel por el delito de “propaganda comunista”; la celebración, con ceremonias oficiales y dedicación de monumentos, del criminal de guerra Stepan Bandera; la integración de los nazis de Pravy Sector y Svoboda en las fuerzas armadas, empezando por la Guardia Nacional y la creación de los tristemente célebres batallones Udar y Azov; el acoso, los ataques, las violaciones, los asesinatos y los bombardeos contra la población del Donbass (unos 14. 000 muertos entre 2014 y 2022, incluidos cientos de niños); la horrible masacre de Odessa del 2 de mayo de 2014, cuando manifestantes desarmados que exigían la independencia de Ucrania, y que se habían refugiado en la Casa de los Sindicatos local, fueron masacrados y quemados vivos por una masa de nazis armados escoltados por la policía. Estas auténticas provocaciones –que, no nos olvidemos, al dirigirse contra un sector de la población de Ucrania atacaban al Gobierno y al Estado rusos tanto en términos de prestigio internacional como de consenso interno– están en el origen de la guerra.
Desde 2014, Ucrania se ha convertido en una especie de feudo de Estados Unidos. Estos, junto a sus aliados, han conseguido lo que ni siquiera pudieron lograr en países directa y militarmente invadidos como Irak, convirtiendo al ucraniano en una especie de Estado hecho a medida de las multinacionales y el gran capital occidental. Por poner algún ejemplo, ya en 2020 Zelensky abolió la moratoria sobre la venta de “tierras negras” ucranianas [chernozem, uno de los suelos más fértiles. Ucrania alberga una cuarta parte mundial – ndt] (entregando millones de hectáreas a los cultivos transgénicos de Bayer-Monsanto), mientras que con el inicio de la invasión rusa se rompieron los convenios colectivos de las empresas con menos de 200 empleados (es decir, la inmensa mayoría de las empresas ucranianas) y se impuso la prohibición de huelgas y manifestaciones.
Consideramos un hecho grave e inquietante que algunos compañeros, en Ucrania y en otros lugares, puedan apoyar económicamente, con propaganda e incluso militarmente al gobierno de Kiev y a la “resistencia ucraniana” sin decir ni una palabra al respecto. Históricamente, desde la Primera Guerra Mundial, este tipo de ceguera ha sido hija del intervencionismo, esa misma plaga moral que, tras la Primera Guerra Mundial, abrió la puerta de par en par al advenimiento del fascismo.
El paralelismo mediático entre la “resistencia ucraniana” y la lucha partisana contra el nazi-fascismo (y con las guerrillas de liberación en general) es histórica, política y éticamente inaceptable. Dejando a un lado las profundas diferencias en el contexto histórico (y el pequeño detalle de la presencia de grupos nazis dentro del ejército ucraniano…), lo inaceptable del paralelismo tiene que ver precisamente con la relación entre medios y fines, es decir, con el por qué y el cómo se lucha. En la mayoría de los casos, los partisanos eran desertores que luchaban contra el ejército oficial de “su” Estado, mientras que el ejército ucraniano es un ejército regular controlado por el gobierno de turno. La participación en la lucha armada partisana era libre y voluntaria, mientras que en Ucrania rige la ley marcial y quienes se niegan a luchar acaban en la cárcel. La autonomía político-militar de las formaciones partisanas también estaba vinculada a los medios de combate empleados: fusiles, ametralladoras, granadas de mano y bombas incendiarias podían utilizarse sin un aparato coercitivo centralizado, mientras que los drones conectados por satélite, los lanzacohetes, los tanques y los misiles de largo alcance reflejan y remiten a una jerarquía de mando precisa, que es la de la OTAN.
La participación de algunos anarquistas y militantes de izquierdas en la guerra en curso implica, por tanto, formar parte de esta misma jerarquía: obediencia a las órdenes, determinación de los objetivos por parte de la inteligencia occidental, subordinación a un gobierno altamente opresor y a los intereses del capital internacional. Tal adhesión a la alineación de la OTAN implica la renuncia a toda perspectiva revolucionaria e internacionalista. Por último, pero no por ello menos importante, en el plano ético esta adhesión implica abandonar toda crítica de la política autoritaria, represiva y antiproletaria del gobierno de Kiev.
Decir esto no significa en absoluto morder el anzuelo de la propaganda rusa sobre una “operación militar especial” destinada a la “desnazificación” de Ucrania. No sentimos ninguna simpatía por el odioso estado policial impuesto por el gobierno ruso a su pueblo; no ignoramos la persecución de la oposición y de los anarquistas en Rusia, y apoyamos las múltiples formas de insubordinación manifestadas en la Federación Rusa y en Bielorrusia contra la guerra. Del mismo modo que denunciamos el embrollo mistificador del mito de la “resistencia ucraniana”, rechazamos igualmente la sugestión en boga en ciertos círculos (neo-estalinistas, soberanistas de derecha e izquierda y demás) sobre una función emancipadora mundial desempeñada por el bloque ruso-chino. No sólo deploramos que los explotados vayan a morir por los intereses de sus amos y dirigentes (aunque sean enemigos de nuestros enemigos más inmediatos); sino que somos muy conscientes de que la guerra es «ante todo un hecho de política interior, y el más atroz de todos» (Simone Weil); que cualquier Estado que la libra, también la vuelve contra su propia población, y en particular contra su propio proletariado; que la guerra siempre refuerza el poder de las clases dominantes sobre los dominados, intensificando su esclavitud y explotación.
El actual es también un capítulo de un enfrentamiento más general por la supremacía tecnológica (que, por cierto, enfrenta al principal aliado político de Rusia, China, con Estados Unidos). Hoy, como nunca antes en la historia, nuevos dispositivos mortíferos pueden destruir la vida en el planeta. Muchas de las tecnologías utilizadas en esta guerra –como los drones, los sistemas de inteligencia y control, el desarrollo de la inteligencia artificial y los algoritmos predictivos– se están probando en el campo de batalla para luego ser desplegadas por las policías y los tecnócratas de todo el mundo.
Esta afirmación puede aplicarse a todas (las tecnologías): «Si tenéis ideas, o proyectos piloto sencillos que probar antes de su producción en masa, podéis enviárnoslos y os explicaremos cómo proceder. Y al final tendrán el sello, “probado sobre el terreno”. Las start-ups vuelven con productos competitivos en el mercado porque han sido probados sobre el terreno». Quien habla así no es un fabricante o inspector “cualquiera” de vehículos, programas informáticos o termostatos digitales, sino el General Volodymyr Havrylov, Viceministro de Defensa ucraniano. El público al que se dirige es la National Defence Industrial Association Future Force Capabilities, durante la conferencia nacional que se celebrará en Austin (Texas) el 21 de septiembre de 2022.
Históricamente, el desarrollo de las tecnociencias conduce a la guerra, y viceversa, la guerra implica necesariamente el desarrollo de las tecnociencias. Hoy día, todas las tecnologías son inherentemente duales. La separación entre investigación militar y civil ha desaparecido (suponiendo que alguna vez existiera). Por lo tanto, no es de extrañar que lo que se prueba en los campos de batalla luego se utilice contra los proletarios en otras zonas del mundo, incluidos los países en “paz”. El uso y la experimentación de las nuevas tecnologías intensifican el control de las poblaciones, haciendo cada día más difíciles las posibilidades de liberación del Estado y del capital.
Hoy más que nunca, un Estado competitivo en la investigación y desarrollo de nuevas tecnologías adquiere mayor importancia política. La industria tecnológica, desde el Occidente democrático hasta el «socialismo de mercado» chino, contribuye a determinar las decisiones de los gobiernos. El conflicto de Ucrania, dada su envergadura y los actores implicados, acelera la llamada digitalización, un objetivo en las agendas de muchos Estados.
Como ocurre en conflictos de tales proporciones, a cada frente exterior le corresponde un frente interior. La represión no sólo aumenta en Rusia y Ucrania, sino también en todos los países implicados en el esfuerzo bélico.
Las operaciones policiales y las formas especiales de detención siempre han estado estrechamente vinculadas a la intensificación de los conflictos militares, con el objetivo de silenciar y eliminar cualquier posibilidad de disidencia y conflicto real. Algo de esto sabemos en Italia, con el 41 bis al que ha sido sometido Alfredo Cospito, el cierre de periódicos y páginas web del ámbito anarquista, el goteo de operaciones represivas que han llevado a la detención de decenas de anarquistas y antagonistas. Esta especie de contra-insurrección preventiva está estrechamente relacionada con la crisis internacional del capitalismo y la tendencia a la guerra mundial.
Uno de los aspectos fundamentales de la guerra en curso en Ucrania es el de la comunicación. La realidad sobre el terreno y su narrativa han resultado ser a menudo completamente divergentes; por poner sólo algunos ejemplos, la atribución al ejército ruso del bombardeo de la central nuclear de Enerhodar-Zaporizhizhia y la destrucción del gasoducto Nord Stream parecen ser los casos más flagrantes de ‘fake news’. Y no sólo eso. Lo que estamos presenciando es algo más que información sesgada: es auténtica propaganda de guerra. Una propaganda que está en continuidad con los niveles de condicionamiento puestos en marcha durante la Covid para imponer la narrativa dominante, y que además presenta trágicas referencias a episodios de la Segunda Guerra Mundial: el envilecimiento de los rusos (con, por ejemplo, las risibles “noticias” sobre un supuesto equipamiento obsoleto y de mala calidad) y su demonización, la exaltación de “nuestros héroes” (incluso los abiertamente nazis), las fantasmales “armas secretas” que cambiarán el curso de los acontecimientos…
Este tipo de información nos deja claro que estamos en guerra, aunque, por ahora, no se esté librando en casa. La guerra de la información es ante todo una guerra contra nuestros cerebros, destinada a alistarnos y hacer causa común convenciéndonos de que esta masacre no sólo es inevitable, sino también justa y conveniente. Por eso debe quedar claro que los responsables de esta información son parte integrante de la maquinaria de guerra, y deben ser tratados como tales.
Por todas estas razones, y otras más, urge relanzar la iniciativa internacionalista para detener la carnicería actual y evitar nuevas escaladas peligrosas.
El enemigo no son los reclutas enviados a la fuerza al frente, no son los trabajadores del país adversario, son todos los patrones, sus gobiernos, sus Estados y sus ejércitos. Mientras nuestras hermanas y hermanos son sometidos a las atrocidades más brutales, hay una burguesía que se enriquece con la producción de armas y especula con las consecuencias de la guerra (partición y reconstrucción de Ucrania, acogida selectiva, inflación, etc.).
Volvamos a poner en el centro la crítica al Estado y rechacemos alistarnos en ningún frente, con la convicción de que la única fuerza que puede detener la guerra es la movilización de los explotados en todo el mundo.
Internacionalismo para nosotros significa derrotismo, es decir, la crítica a todos los gobiernos empezando por “el nuestro”, el ataque a todos los patronos y burguesías nacionales empezando por los que nos explotan cada día. Por lo tanto, desde este lado del frente, queremos oponernos y sabotear tanto como sea posible la OTAN (es decir, la principal alianza militar del mundo, y el brazo armado del capitalismo occidental), al igual que nuestros hermanos y hermanas en Rusia luchan contra la maquinaria militar de su lado (como nos dicen, por ejemplo, los informes de sabotaje contra las infraestructuras que transportan tropas y vehículos, o los ataques contra los centros de reclutamiento); y al igual que otros hermanos y hermanas en Ucrania se oponen al esfuerzo bélico de su gobierno. A pesar de la censura, sabemos que también en Ucrania hay quienes hacen propaganda y agitación contra la guerra; y hay quienes se oponen a ella en la práctica, por ejemplo ayudando a fugitivos y desertores a abandonar el país, o dándoles refugio. Esto también es derrotismo consecuente.
Nuestro horizonte, como anarquistas, es derrotista también porque la historia nos enseña que siempre y sólo de las ruinas del propio Estado se abren perspectivas de revolución para los oprimidos. Entendemos el derrotismo como un acto de solidaridad con aquellos que pagan el precio de la guerra en su propia piel, y como un acto de venganza de clase por el sufrimiento de nuestras hermanas y hermanos en todas las zonas de conflicto militar. Nos solidarizamos con todas las víctimas de la guerra cada rincón del planeta, con los que huyen de ella y encuentran el obstáculo de las fronteras, con los que encuentran la muerte por tierra y por mar y que, en caso de sobrevivir, a menudo son sometidos a una explotación brutal.
Las tensiones que se han producido o se están produciendo en Kosovo, Kaliningrado y Taiwán, los levantamientos en Níger, Gabón y otros países centroafricanos, se inscriben en una tendencia a la mundialización del conflictos y nos dan la medida de lo que está en juego: si no somos capaces de romper todos los frentes, atacando cada uno a su propio Estado y a sus clases dominantes, la aniquilación de la humanidad, o su esclavización cada vez más despiadada en una situación de guerra infinita, están simplemente a la vuelta de la esquina. Por el contrario, podrían abrirse posibilidades revolucionarias.
Aunque por el momento no ha habido movimientos consistentes de oposición a la guerra, también hay que señalar que, a pesar de la propaganda machacona, una parte importante de la población, incluso dentro de Occidente, está en contra de apoyar el esfuerzo bélico. Esto es algo que debe tenerse en cuenta en la perspectiva de la construcción de una movilización de masas.
Por lo tanto, llamamos a la construcción de una movilización radical, internacional y generalizada que, saboteando la guerra, tenga la ambición de imponer el cese de las hostilidades desde abajo. No tenemos nada que pedir a los gobiernos, ni depositamos ninguna confianza en ellos; somos conscientes de que la acción directa de los explotados de todo el mundo es la única fuerza real que puede poner fin a la masacre. Por eso consideramos necesario oponerse a la máquina de guerra tanto en Rusia, como en Ucrania, como dentro de los países capitalistas occidentales responsables de este conflicto y de todas las principales guerras de los últimos treinta años.
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Apoyemos la deserción en todos los frentes, ofreciendo refugio y solidaridad a todos los que eluden el servicio militar obligatorio y se niegan a participar en la masacre!.
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Saboteemos la máquina militar, impidamos la producción bélica y bloqueemos los flujos de la logística militar!
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Desenmascaremos el consenso y la máquina de propaganda. En esta guerra híbrida, ¡los medios de comunicación son parte integrante de la maquinaria de guerra!
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Opongámonos a la ocupación militar de los territorios, contestando y oponiéndonos a las bases militares, a los ejercicios de guerra y a la militarización de la vida pública!
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Apoyemos la necesidad de una verdadera huelga general que, más allá de las formas rituales y testimoniales, pare concretamente la industria y la logística de los países implicados!
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Desenmascaremos la complicidad de la universidad y la investigación con el aparato industrial-militar y los intereses económicos capitalistas que están detrás de toda guerra!
PRESIONEMOS PARA ACABAR CON LA GUERRA DE LOS PATRONES EN GUERRA CONTRA LOS PATRONES
Roma, 2 settembre 2023
Anarquistas provenientes de Roma, Génova, Carrara, Cosenza, Módena, Milán, Lecco, Turín, y de las regiones de Umbria, Trentino, y centro de Italia