(Extraído de La Peste)
1. PRESENTACIÓN
En septiembre del 2020, durante el confinamiento mundial producido a raíz de la pandemia de COVID-19, la policía bonaerense llevó a cabo una serie de medidas de presión por mejoras en sus condiciones laborales, encontrando una rápida y satisfactoria respuesta a sus exigencias por parte del Estado.
Esta protesta abrió un debate dentro de los sectores políticos que tradicionalmente se han identificado con el movimiento obrero respecto a cómo posicionarse ante el reclamo policial, y en última instancia, si se debe considerar trabajadores o no a quienes se desempeñan como policías.
Esos hechos nos trajeron a la memoria un debate similar vivido en 2013, cuando se sucedieron paros policiales provinciales. En ese momento, nos conformamos con afirmar que el rol de la policía era el de esbirros, agentes de la burguesía en la guerra declarada contra la clase explotada.
Siete años después, lo que llamó nuestra atención fue la facilidad con la cual asumimos consignas, que pueden sonar fuertes, pero no aportan mayor contenido a una reflexión colectiva que nos permita comprender el presente, ni menos plantearnos a un futuro emancipado del orden social del Estado y el Capital.
Esta crítica sobre lo superficial y efímero de las consignas la adoptamos para con nosotros mismos, pero también con todo ese ámbito ideológico que, siete años después, repetía la discusión respecto de si los policías pueden ser o no considerados trabajadores. A grandes rasgos, mientras una parte de la socialdemocracia argumentaba que los policías no pueden ser considerados trabajadores, puesto que no cumplen con su visión idealizada de cómo deben ser los trabajadores; otro sector no dejaba lugar a dudas sobre su condición de trabajadores, puntualizando la necesidad de la sindicalización policial, llegando a situar estas protestas como punta de lanza del movimiento obrero (a la cual le faltaría la dirección de SU partido). Por su parte, el partido en el poder señalaba que no se les debía apoyar debido a que las protestas eran el germen de un movimiento golpista de la oposición, lo cual no le impidió arreglar hasta un 55% de aumento en los sueldos básicos de policías y militares.
Finalmente, dentro del anarquismo, más allá del desprecio antiyuta generalizado, nos pareció interesante la reflexión que señalaba que los policías son trabajadores, no sin aclarar antes que «ser un trabajador es una mierda».
Mientras discurren tales discusiones, atadas a una supuesta moral del trabajo, odiar a la policía se ha vuelto un slogan que adorna prendas de moda.
Y si bien, esto puede ser una señal que muestra la generalización del desprecio a la policía, y a la autoridad, no vemos por otra parte que ese odio vaya de la mano de cuestionar y criticar a la sociedad que necesita a la policía. Es más, se nos hace cada vez más patente que muchas de esas expresiones de odio a la policía en el fondo reclaman por otra policía, una mejor.
Todo esto se hizo aún más patente a la luz de los discursos que proponen la abolición de la policía, su refundación y otras perspectivas reformadoras de estos cuerpos encargados de mantener el orden social que empezaron a escucharse desde Estados Unidos luego del asesinato de George Floyd en 2020, o en Chile a propósito del descrédito de la institución policial, producto de una serie de fraudes al Estado y las constantes violaciones a los Derechos Humanos, e incluso en Argentina donde un movimiento político propone el “control popular de la policía”.
Interrogarnos sobre para qué existe la policía y las formas que adquiere el control social, nos ayuda a entender las relaciones sociales desarrolladas bajo el capitalismo, de las cuales todos y todas somos parte, y por tanto capaces de implantar condiciones para su superación.
Por eso, esta vez no quisimos quedarnos en los eslóganes y tuvimos la necesidad de desarrollar esta cuestión.
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