Texto extraído desde Publicación Madre Tierra
La tarde del 26 de marzo de 1993, en pleno barrio Victoria (Santiago), la Dirección de inteligencia policial de carabineros (DIPOLCAR) despliega un operativo para neutralizar una escuadra de las Fuerzas Rebeldes y Populares Lautaro (FRPL), grupo que nace durante la dictadura y que una vez pactada la salida democrática al régimen de Pinochet, decide seguir operando con prácticas de guerrilla urbana contra el orden capitalista.
Un pequeño restorán de calle San Diego era el lugar decidido para efectuar una reunión de planificación entre diferentes miembrxs que operaban desde la clandestinidad, pero el punto de encuentro había sido detectado por la policía, siendo orquestada toda una operación de emboscada y aniquilamiento.
Al momento de subir a uno de los autos dispuestos en la calle Zenteno, Norma Vergara, de 27 años, recibe 7 impactos de bala en el pecho, disparados a distancia por un tirador de Dipolcar. Norma queda herida en el asiento de copiloto, con un arma en la mano que no alcanzó a disparar. Algunxs de sus compañerxs fueron detenidxs en el mismo operativo, otrxs alcanzaron a huir, mezclándose entre lxs curiosxs que llegaban al lugar.
El cuerpo agonizante de Norma es expuesto frente a la carroña periodística, que no perdió ángulo ni detalle, en un macabro espectáculo que históricamente solo busca dar lecciones de poder, mostrando hasta donde es capaz de llegar la autoridad cuando tiene a alguien entre dientes.
Odiaban a Norma, por ello le disparan 7 balazos, la dejan agonizar horas sin atención médica y la exponen moribunda ante las cámaras. Norma finalmente muere en la posta central el 26 de marzo cerca de las 19:30 hrs.
La prensa de la época la describe como “peligrosa, audaz, decidida”, en otros artículos se podía leer que era considerada de “extrema peligrosidad” y su muerte calificada como “una baja considerable para las Fuerzas Rebeldes y Populares Lautaro”, relacionándola con “una amplia serie de atentados y asesinatos”. El poder no le perdonaba a Norma la decisión de pasar a la ofensiva, de manera directa, protagonizando enfrentamientos armados y sumando bajas en las fuerzas represivas.
Una de las acciones donde participó y que más resaltaba la policía era la del 10 de septiembre de 1992, en la casa del intendente Luis Pareto, donde resultan muertos tres agentes de investigaciones encargados de su seguridad. En esa oportunidad Norma simuló ser una empleada doméstica que paseaba en la calle con un bebé, al momento de pasar frente al equipo de seguridad, extrae de entre las mantas una subametralladora UZI, cuya munición fue descargada contra los sorprendidos detectives.
La osadía, el arrojo, el traspaso de la legalidad, la destrucción de moldes, esquemas y estereotipos, la volvieron blanco de los verdugos policiales.
El ensañamiento policial, los detalles tras su captura, al igual que con otras mujeres guerrilleras, develan el odio no solo a quien traspase la legalidad y atente contra el monopolio de la violencia, sino que también deja en evidencia que el traspaso a los mandatos de género le resulta intolerable a cualquier autoridad.
La violencia está inscrita en lo masculino como posible, incluso plausible, pero las mujeres deben apegarse a las normas de género, a las construcciones sociales y legales, cualquier transgresión a aquello es doblemente molesta y sancionable.
La mujer guerrillera desborda, además de la legalidad, normativas que regulan la feminidad, esas que dicen que las mujeres deben ser dóciles, complacientes, pasivas. La rabia y la osadía en una mujer son doblemente peligrosas y deben ser corregidas de modo ejemplificador, por ello exponen su agonía y muerte a modo de potente mensaje.
Recordamos a la compañera Norma Vergara, desde nuestra perspectiva anárquica y antiautoritaria, asumiendo profundas diferencias con la organización marxista-leninista en la que ella militaba, pero rescatando su decisión de combate, el enfrentamiento sin tregua no solo contra el Estado y sus aparatos represivos, sino que también contra las estructuras de dominación que pretenden asignar un papel secundario a las mujeres dentro de las mismas agrupaciones revolucionarias.
Más allá de las evidentes diferencias con la orgánica de la que Norma formaba parte, hay un germen común que nos conecta con la compañera y esta es la decisión de insurrección permanente, sin tiempos de espera ni conciliación con el poder.
Nos hermanamos con su voluntad de guerra, rompiendo moldes y estereotipos, combatiendo el llamado a la resignación (más aún en democracia), defendiendo armada sus opciones de vida, participando activa y desafiante contra los agentes de la autoridad.
Al momento de ser asesinada, Norma se encontraba en la preparación del rescate desde la ex penitenciaría de santiago de la totalidad de los prisioneros políticos que allí se encontraban y para quienes se estaba construyendo una cárcel inédita en Chile, por la dureza de su régimen y el nivel de aislamiento que impondría, la Cárcel de Alta Seguridad (inaugurada finalmente en 1994).
A los largo de los años la memoria de Norma ha sido reivindicada por diversos grupos de acción insurreccional, en un gesto más que pelea contra el olvido, que es en definitiva, el aniquilamiento total de lxs compañerxs muertxs.
En la historia de la confrontación al dominio es común que se entrecrucen en diferentes épocas nombres de compañerxs y también de representantes del poder. En el año 1993 dirigía DIPOLCAR José Alejandro Bernales, quien en 2005 llegaria a ser el director de carabineros.
El mismo personaje en 2007 apuntó, persiguió y amenazó por la prensa a algunos compañeros de Norma, buscados en el marco de la investigación por la muerte del Cabo Moyano, condenados luego en el conocido Caso Security. Las historias siempre se cruzan… Bernales morirá el 29 de mayo de 2008 en un accidente aéreo en Panamá, terminando así con su siniestra carrera policial.
En recuerdo de Norma Vergara…
Los años pasan pero nuestrxs muertxs en guerra nos siguen acompañando