Este es uno de los últimos discursos de Gianfranco Zoja que, por desgracia, murió en mayo de 2018, poco después de salir de la cárcel. Militante de las Brigadas Rojas, ya encarcelado en la década de 1980, continuó contribuyendo al movimiento revolucionario, para la reactivación de la organización orientada a la guerra de clases. Por ello sufrió otro largo periodo de encarcelamiento. Gianfranco, indomable y alegre. Así le recordamos.
Proletarios de Turín para el Socorro Rojo Internacional
Discurso de Gianfranco Zoja, noviembre de 2017
A veces regresan
«A VECES REGRESAN» no es sólo el título de una afortunada novela de Stephen King, sino también el aforismo que mejor define la reaparición, en situaciones de movimiento, de ciertos personajes que en el pasado habían decretado el fin de la lucha armada, negociando con el Estado su propia liberación a través de alguna «solución política».
Nadie es inmaculado, y menos yo. Por tanto, no voy a incurrir en purismo. La razón que me impulsa a escribir estas líneas es el hecho de que muchos camaradas (sobre todo los más jóvenes) no se dan cuenta de la insidia de esta presencia. Varias veces me he oído decir: «Esta gente, antes de convertirse en solucionistas, hizo grandes cosas. ¿Quién soy yo -que no he hecho tanto- para juzgarles?». Este argumento sería inaceptable si se tratara de una cuestión personal. En cambio, creo que el arrepentimiento, la desvinculación y la solución política son cuestiones que afectan a toda la clase y, por tanto, todo proletario puede y debe abordarlas, no en términos personales, sino en el terreno de la política. Que no haya escándalo si trato el arrepentimiento, la desvinculación y la solución política como una sola cosa. Soy muy consciente de que existen -tanto en el plano humano como en el jurídico- enormes diferencias entre quienes, para salir de la cárcel, han vendido a amigos y camaradas, quienes sólo han renegado de su propia historia y quienes, en cambio, se han reconciliado con el enemigo de clase. Pero es precisamente en el plano político donde estos tres fenómenos diferentes representan un continuum, tres momentos diferentes de una misma estrategia contrarrevolucionaria.
Intentaré explicarme mejor. En algún momento de los años 70 -en este país como en otros- el choque entre clases produjo la lucha armada. Cada uno puede pensar lo que quiera a este respecto, pero creo que este hecho está fuera de toda duda. La burguesía imperialista se asustó, ciertamente más por la violencia política del fenómeno que por la violencia militar. Sin estar preparada al principio, fue desarrollando gradualmente estrategias contrarrevolucionarias cada vez más refinadas. Primero, la represión: militarización del territorio, asesinatos a sangre fría, torturas, prisiones especiales, legislación de excepción, etc. Después, el intento político de aislar a los revolucionarios de su base, favoreciendo el trabajo de los revisionistas y la desolidarización dentro del movimiento. Por último, actuó sobre las contradicciones internas de los combatientes. En una primera fase -cuando era necesario vencer militarmente a los guerrilleros- aparecieron los Peci, los que proporcionaron materialmente los nombres de los camaradas y las direcciones de las bases. En una segunda fase – cuando se trataba de golpear políticamente a los guerrilleros – aparecieron los Franceschini y su propaganda de disociación. Finalmente – queriendo la burguesía esterilizar definitivamente el terreno e hipotecar el futuro – vinieron las diversas hipótesis de solución política, diferentes en el nombre pero iguales en el fondo. Y lo esencial de su discurso es: «En el pasado existían -en Italia y en el mundo- ciertas condiciones objetivas que hacían posible, necesaria y justa la lucha armada; ahora esas condiciones ya no existen, por lo que debemos tomar nota del cambio histórico y adaptarnos a él. Quien no lo haga es un iluso». De este modo, los solucionistas reivindican su pasado para deslegitimar las luchas del presente y del futuro. El mensaje que la solución política ha enviado a la sociedad es, por tanto: la lucha no compensa. Cualquiera que siga teniendo la tentación de levantar la cabeza en el trabajo, en la escuela o en el barrio, pensará: «Pero si hasta los que lucharon contra este sistema por las malas lo están aceptando ahora, ¿quién me va a obligar a mí? Mejor buscar la «ruptura» individual.
Hay que hacer algunas aclaraciones sobre la cuestión de las «condiciones objetivas». Éstas cambian constantemente, porque la realidad cambia constantemente. Lo que no ha cambiado es el modo de producción, es decir, el capitalismo, y la relación de explotación entre el capital y el trabajo. Por el contrario, el grado de esta explotación ha aumentado enormemente tanto en términos relativos como absolutos. Esto es exactamente lo que hace necesaria la revolución no sólo para el proletariado, sino para toda la humanidad. Es cierto que el fin de la oposición entre los bloques imperialista y socialimperialista ha privado a muchas revoluciones y luchas por la autodeterminación nacional de una salida estratégica; por eso, después del 91, incluso las guerrillas más atrincheradas entraron en una lógica de negociación con el enemigo, y la parte más previsora de la burguesía imperialista seleccionó al personal adecuado para esta tarea, los «especialistas en soluciones políticas». Esto demuestra una vez más que sólo en una función antiproletaria puede el capital superar su naturaleza competitiva y actuar como clase para sí mismo. El objetivo está claro: pacificar la retaguardia en un momento en que el estallido de un nuevo conflicto mundial está cada vez más a la orden del día.
Pero también es cierto que la profundización de la crisis del capital y la globalización de las condiciones de explotación representan en sí mismas condiciones objetivas más favorables para la revolución que las de hace cuarenta años. En comparación con entonces, en la dialéctica entre condiciones objetivas y condiciones subjetivas, es en cambio el elemento subjetivo consciente el que ha faltado, y ciertamente la solución política -con su aporte de derrotismo y desarme ideológico- ha contribuido a esta carencia. Por lo tanto, la solución política representó una derrota muy dura para el movimiento revolucionario y para la clase en su conjunto, tanto más grave cuanto que fue infligida por líneas internas. De hecho, no fue concebida y aplicada por el enemigo, sino por los propios excombatientes. El enemigo se limitó a facilitar y explotar hábilmente contradicciones que ya existían; y no podemos quejarnos si el enemigo hace bien su trabajo. Somos nosotros -más bien- los que debemos hacer mejor el nuestro. Comprender este mecanismo me parece fundamental para entender la dinámica de la confrontación. Las revoluciones no las hacen los héroes de una pieza, sino la gente corriente, llena de todo tipo de contradicciones. La revolución (sobre todo cuando no da muestras de sí misma) produce una enorme cantidad de residuos: piezas que antes eran muy útiles, ahora hay que desecharlas. Y uno puede entender perfectamente el cansancio de quienes han pasado los mejores años de su vida en la cárcel, y la muy humana necesidad de volver a casa. Sin embargo, creo que estas personas deberían retirarse a la vida privada, en lugar de volver a envenenar los pozos de los futuros (ojalá) revolucionarios con sus vagas ambiciones de protagonismo. Tanto más cuanto que, en cambio, hay quienes no se doblegaron y en estas largas décadas se han mantenido firmes: a éstos, si acaso, debemos mirar.
Para concluir: la solución política es una de las armas del ya muy amplio arsenal a disposición del enemigo de clase; una vez pasada la emergencia, se guarda pero -cuidado- no se tira. Si es necesario, se puede reutilizar. ¿Es acaso una coincidencia que los viejos solucionistas intenten recuperar su virginidad en un momento en que la crisis del capital se avecina cada vez más dura y difícil de gestionar? Por eso creo que no hay que darles la oportunidad política que buscan.
Gianfranco Zoja
(Tomado de opusculo “Contro la soluzione politica”, sin fecha, pp. 15-17)
Traducido por Informativo Anarquista
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